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Stablecoins, la deuda de EE. UU. y el espectro de un “default blanco”

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De vez en cuando, cuando las deudas se vuelven demasiado pesadas, los gobiernos cambian las reglas del juego. En las décadas de 1930 y 1970, Estados Unidos hizo exactamente eso. Hoy, la controversia gira en torno a las stablecoins y al futuro del dólar.

El asesor de Vladímir Putin, Anton Kobyakov, afirmó que Washington estaría preparando un “esquema” con stablecoins, criptomonedas y oro para lidiar con una deuda pública que ya supera los 35 billones de dólares. Según él, la estrategia sería devaluar parte de ese pasivo y empezar casi desde cero.

La acusación tiene una fuerte carga política, pero plantea un punto relevante: Estados Unidos y otros países —incluidos Brasil y Rusia— ya han utilizado la devaluación monetaria como herramienta para aligerar deudas públicas. La historia muestra cómo funciona esto y por qué la idea de un “reinicio” vía stablecoins choca con límites prácticos.

El precedente estadounidense: el oro y Bretton Woods

Hasta principios del siglo XX, EE. UU. siguió el patrón oro, por el que cada dólar emitido podía canjearse por una cantidad fija de oro. Eso inspiraba confianza internacional, pero limitaba la creación de dinero.

En 1933, en lo más crudo de la Gran Depresión, Franklin D. Roosevelt firmó la Orden Ejecutiva 6102, que prohibía a los ciudadanos poseer oro y los obligaba a entregarlo al gobierno a un precio fijo, bajo pena de multas y prisión. Poco después, el gobierno elevó el precio oficial del oro (de 20,67 a 35 dólares por onza troy), devaluando el dólar y reduciendo la carga de las deudas internas. En la práctica, quienes tenían oro perdieron poder adquisitivo, y el gobierno ganó oxígeno.

En 1944, en la conferencia de Bretton Woods, el dólar se colocó en el centro del sistema internacional: anclado al oro a 35 dólares por onza, mientras que otras monedas quedaban vinculadas al dólar. Ese arreglo consolidó a EE. UU. como potencia global, pero exigía disciplina en la emisión monetaria.

En los años 60, el gasto de la guerra de Vietnam y de programas sociales llevó a emitir dólares por encima del oro disponible. Los países empezaron a exigir conversión y las reservas estadounidenses cayeron rápidamente. En 1971, Richard Nixon terminó con la convertibilidad del dólar en oro. De la noche a la mañana, los acreedores extranjeros con dólares ya no podían canjearlos por oro. Para muchos, fue un default encubierto.

Cuando los países devalúan para aliviar deudas

  1. UU. no fue el único en usar este recurso:
  • Brasil (años 80–90): la hiperinflación erosionó el valor real de la deuda pública. Sucesivos cambios de moneda —Cruzeiro, Cruzado, Cruzeiro Real, hasta llegar al Real— intentaron reorganizar el sistema, pero trasladaron el costo a la población.
  • Alemania (años 20): tras la Primera Guerra Mundial, la emisión excesiva para pagar reparaciones llevó a una hiperinflación extrema.
  • Argentina (recurrente): devaluaciones del peso constantes, aunque socialmente dolorosas.
  • Venezuela (años 2010): la hiperinflación redujo obligaciones internas, pero destruyó el poder adquisitivo de la moneda.
  • Rusia (años 90 y 2010): tras la caída de la URSS, la hiperinflación se comió deudas internas; en 1998 hubo un default oficial y devaluación del rublo. En 2014 y 2022, crisis y sanciones provocaron nuevas caídas, otra vez aliviando pasivos domésticos.

En simple: el gobierno debe diez panes grandes, pero al devaluar su moneda, entrega diez panes más pequeños. Cumple el número prometido, pero el valor real recibido es menor. La deuda del Estado se aligera —la sociedad paga la factura.

El “default blanco”

A ese mecanismo se le conoce como “default blanco”. No hay impago formal: los pagos se realizan, pero en dinero que compra menos. En papel la deuda se paga, pero en términos reales los acreedores pierden.

Dos instrumentos sostienen el proceso:

  1. Inflación, que erosiona el valor de la moneda;
  2. Tipos de interés altos, que ayudan a refinanciar deudas atrayendo capital extranjero, pero encarecen el crédito para familias y empresas.

Es la forma discreta en que los gobiernos alivian cargas sin llamarlo default.

Stablecoins y la hipótesis actual

Las stablecoins son tokens digitales vinculados al dólar. Hoy mueven en torno a 274 000 millones de dólares, según datos de mercado. Para países con monedas frágiles o controles de capital, funcionan como dólares digitales accesibles fuera del sistema bancario tradicional.

La tesis rusa sugiere que EE. UU. podría usar este instrumento para expandir liquidez y reducir el peso real de su deuda —una suerte de “Bretton Woods digital” que reforzaría la centralidad del dólar.

Pero hay un detalle incómodo: la escala.

  • Deuda de EE. UU.: más de 37 billones de dólares.
  • Stablecoins en circulación: ~274 000 millones.
  • Proyecciones de mercado: entre 2 y 3 billones hacia finales de la década.

Incluso en ese escenario optimista, la comparación muestra que las stablecoins pueden ser relevantes en el margen para el roll-over de pasivos, pero no para “reiniciarlos”. Es como intentar pagar una hipoteca multimillonaria con una mesada: ayuda un poco, no resuelve el problema.

Base monetaria ≠ stablecoins

Otro punto técnico: las stablecoins no crean nuevos dólares. Funcionan como depósitos tokenizados.

Cuando alguien compra una stablecoin, canjea un depósito bancario por un token, y el emisor invierte ese efectivo en bonos del Tesoro u otros activos líquidos. No hay aumento de la base monetaria (MB = efectivo en circulación + reservas bancarias en la Fed). Dicho de otro modo, las stablecoins cambian la forma en que circula el dinero, pero no expanden el balance de la Reserva Federal.

Bajo la GENIUS Act (2025), las stablecoins de pago deben estar respaldadas 1:1 por activos de reserva elegibles, con derechos de rescate y supervisión federal. Siguen siendo pasivos de emisores privados —no dólares emitidos por la Fed.

Posibles efectos en los activos digitales

Si EE. UU. usara las stablecoins de manera estratégica, los efectos variarían según el tipo de activo:

  • Stablecoins: podrían escalar como dólares digitales globales, pero con mayores riesgos de regulación, auditorías e incluso bloqueos puntuales en casos específicos.
  • CBDC (monedas digitales de banco central): un dólar digital aceleraría proyectos en otros países. En Brasil, por ejemplo, se desarrolla Drex, que aporta eficiencia, aunque abre debates sobre privacidad y control.
  • Criptomonedas descentralizadas: tenderían a fortalecerse como alternativa independiente, aunque con mayor volatilidad y un escrutinio regulatorio creciente.

Conclusión

La declaración rusa mezcla retórica con una advertencia histórica. Sí, los gobiernos han usado la devaluación para aliviar deudas —incluidos los episodios de EE. UU. en 1933 y 1971. Pero hoy, la idea de un gran “default vía stablecoins” no se sostiene: la escala no da, y los incentivos van por otro lado.

El riesgo más probable sigue siendo el “default blanco”: todo se paga, pero en dinero que compra menos. Para los usuarios de cripto, la lección es clara:

  • Las stablecoins conllevan riesgos del emisor y de las reservas.
  • Las CBDC (como Drex) aportan eficiencia, pero amplían el poder de monitoreo del Estado.
  • Las criptomonedas descentralizadas ofrecen independencia, aunque con volatilidad y creciente regulación.

Al final, el dilema es antiguo: cuando la deuda se vuelve demasiado pesada, la tentación de cambiar las reglas del juego siempre está ahí.

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Ralph

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Ralph